Para entender el mensaje de la Virgen en Pontevedra, primero hay que entender el mensaje de Fátima. Fue el 13 de mayo de 1917 cuando Nuestra Señora se apareció en Cova da Iria a Lucía dos Santos y a sus primos Francisco y Jacinta Marto. La Virgen, vestida de blanco y con un rosario entre sus manos, prometió volver durante los siguientes meses, siempre el decimotercer día de mes.
A lo largo de sus encuentros con los niños-pastores, fue haciéndolos partícipes de varias profecías (como las muertes prematuras de Francisco, en 1918; y Jacinta, en 1920; o la larga vida de Lucía, que viviría hasta los 97 años, muriendo un día 13 de mes). Les animó también a rezar el rosario con frecuencia, en reparación por los pecados y como súplica por la conversión de los pecadores.
Pero estas apariciones marianas siempre han quedado ligadas a las revelaciones que, popularmente, se han dado en llamar los tres secretos o misterios de Fátima, si bien esta denominación puede hacer pensar, erróneamente, que se trata de temas ocultos, mágicos o supersticiosos.
La realidad es bien distinta: el primer misterio, mediante la contemplación de los penitentes, nos habla del dolor provocado por el pecado, capaz de abrasarnos y consumirnos por dentro.
El segundo misterio es la clave para acabar con ese dolor: la conversión. En 1917, en una Europa arrasada por la Primera Guerra Mundial, esta conversión se anuncia a través de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. Cien años después, el pecado sigue existiendo y sigue siendo necesaria la llamada a la conversión del corazón, que no es otra cosa que volver la mirada hacia Dios y el Evangelio, volver el rostro hacia los más pobres, los más vulnerables, los descartados… Tomar partido por ellos y comprometerse con su causa es tomar el partido de Dios y comprometerse con él.
En cuanto al tercer misterio, se ha entendido como un anuncio del atentado sufrido por San Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981 en la Plaza del Vaticano. De hecho, una de las cuatro balas que alcanzó al Papa fue encajada en la corona de la Virgen en Fátima. Sin embargo, más allá de personalizar un acto concreto, este tercer misterio evoca igualmente la persecución hacia toda la Iglesia: el Observatorio Internacional de Libertad Religiosa muestra cómo hay muchos países donde los cristianos son víctima de ataques, encarcelamientos, hasta torturas, por el simple hecho de seguir a Cristo. Al igual que San Juan Pablo II perdonó y pidió oraciones por su atacante, más incluso que por sí mismo, nuestra oración y nuestra acción como cristianos debe recordar, por supuesto, a nuestros hermanos perseguidos, sin olvidarse de orar por la conversión de quienes los persiguen.
De este modo, contrición, oración, reparación…, todo va de la mano, a través del rosario, de cara a la conversión y restauración de los corazones heridos, no sólo de Dios y de la Virgen, sino de toda la humanidad.
Finalmente, para acreditar que el origen de estos mensajes es ciertamente sobrenatural, la Virgen se despidió de Fátima con el famoso milagro del sol, el 13 de octubre de 1917, cuando setenta mil personas vieron bailar al sol en medio del cielo, refulgiendo con brillos nacarados, para luego parecer caer sobre la muchedumbre.
Mientras vivió en Galicia, Lucía dos Santos adoptó el nombre de Dolores. Así la conocieron los vecinos de Pontevedra y a éste nombre respondía cuando se produjo la visión del 10 de diciembre de 1925, estando en su celda, en la casa-colegio de las Doroteas. La Virgen sostenía, en la mano, su corazón cercado de espinas. A su lado, el Niño Jesús, que habló en primer lugar, pidiéndole a Lucía que tuviese compasión del corazón de su Santísima Madre, ultrajado por las ofensas que los hombres profieren contra María.
Cinco son las blasfemias que hunden sus espinas en el Inmaculado Corazón de María: aquellas que se pronuncian contra su Inmaculada Concepción, contra su Virginidad, contra su Maternidad Divina, las que infunden indiferencia hacia ella entre los niños y las que directamente profanan las imágenes marianas.
La Virgen habló a continuación, haciendo a Lucía partícipe de la devoción de los primeros sábados de mes. Si en los misterios de Fátima, la llamada a la conversión se explicita como el camino para aliviar el dolor causado por el pecado, el mensaje de Pontevedra también contempla un medio para reparar el daño cometido: durante cinco meses seguidos, el primer sábado de mes debemos confesarnos, comulgar, rezar el Rosario y meditar quince minutos en sus misterios, acompañando a María, con la intención de desagraviarla. Como gesto de gratitud, la Virgen promete asistir a quienes la reparemos, acompañándonos ella también a nosotros en el momento de la muerte, con aquellas gracias necesarias para ponernos en vías de salvación. El rosario, tan presente en Fátima y que la Virgen tanto animó a rezar a los tres pastorcillos, mantiene un protagonismo esencial en Pontevedra.
Aconsejada a ser cautelosa acerca del origen de estas visiones, Lucía se mantuvo a la espera. Así, algún tiempo después, estando en el patio del convento, vio a un niño jugando en la calle. Quiso enseñarle a rezar el Avemaría, pero, al no conseguirlo, lo envió a la iglesia de Santa María la Mayor, diciéndole que fuese allí todos los días, repitiendo esta oración “¡Oh Madre mía celestial, dame a tu Hijo Jesús!”. El 15 de febrero de 1926 volvió a encontrarse a aquel muchacho, en el mismo lugar. Lucía le preguntó si había cumplido este mandato, a lo cual el pequeño respondió con otra pregunta: “¿Y tú has difundido por el mundo lo que nuestra Madre Celestial te pidió?”, revelando ser el propio Niño Jesús.
Esta segunda visión confirmó, a ojos de Lucía, de su confesor y de la madre superiora de las Doroteas, la divina voluntad acerca de propagar la devoción de los primeros sábados de mes, a fin de restaurar tanto el corazón de María, como el de todas aquellas personas que se sumen a este modelo de oración.
Lo mismo que los mensajes de la Virgen en Fátima y en Pontevedra están interconectados, otro tanto ocurre con el mensaje de Tui. El 13 de mayo de 1917, en su primera aparición en Cova da Iria, María confió a los tres pastorcillos otros tantos misterios. Entonces les dijo que “Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón”, la cual más adelante sería detallada a Lucía, durante la primera visión que tuvo estando en Pontevedra, el 10 de diciembre de 1925.
Igualmente, en aquel día de 1917, la Virgen había profetizado la Segunda Guerra Mundial, aclarándoles que volvería, no solamente para pedir la comunión reparadora de los primeros sábados, sino también para urgir la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón. Este anuncio anticipa la visión de Tui, ocurrida la noche del 13 de junio de 1929, encontrándose Lucía en la casa-colegio de las Doroteas en dicha localidad. Si en Pontevedra, la Virgen se había aparecido junto al Niño Jesús, aquí lo hace acompañada por la Santísima Trinidad al completo.
Lucía estaba a solas en la capilla, haciendo Hora Santa, rezando con los brazos en cruz. Se le presentaron entonces Dios Padre en lo más alto, con la paloma del Espíritu Santo sobre su pecho y, bajo ellos, Cristo crucificado, todos formados por grandes haces de luz. Una sagrada forma gravitaba frente a Jesús, manando sangre, que resbalaba sobre su santo rostro y por encima de su costado, yendo a caer dentro de un cáliz, representando la Eucaristía. La Virgen se hallaba bajo el brazo derecho de la Cruz, mientras que del brazo izquierdo pendía una serie de letras, como en cascada, formando la frase “Gracia y misericordia”.
María habló de esta manera: “Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón; prometiendo salvarla por este medio”.
Esta consagración habría impedido la Segunda Guerra Mundial, profetizada por el segundo misterio de Fátima; sin embargo, no se formalizó como tal hasta el 25 de marzo de 1984, tras varios intentos anteriores, en 1942 y 1952. Fue el Papa San Juan Pablo II, gran devoto de Fátima, quien ofició esta consagración, en comunión con todos los obispos católicos y ortodoxos.
Apenas cinco años después, en 1989, la apertura del telón de acero entre Austria y Hungría y la caída del muro de Berlín, pusieron punto final a 44 años de Guerra Fría, permitiendo así la pacificación y reunificación de Europa.
La portavoz del mensaje de la Virgen dado para el mundo en Fátima, Tui y Pontevedra, fue Lucía dos Santos, la mayor de los tres pastorcitos y la única que llegó a la edad adulta. Nació en Aljustrel, el 22 de marzo de 1907 y, en sus 97 años de vida, tuvo tiempo para escribir sus memorias, así como otros escritos, que permiten conocer al detalle lo ocurrido hace un siglo en tierras de Galicia y Portugal. Ya la Virgen le había avisado que, al contrario que sus primos Francisco y Jacinta, su larga vida quedaba ligada al encargo de propagar la reparación del Inmaculado Corazón de María.
A medida que más personas supieron lo que estaba aconteciendo en Fátima, tanto Lucía como sus primos fueron detenidos e interrogados por las autoridades civiles, bajo duras amenazas. Sin embargo, los tres se mantuvieron firmes en su testimonio. En el caso particular de Lucía, los castigos y las reprimendas los vivió también en el propio hogar, pues su madre creía que la presencia mariana y angélica en Fátima de la que le hablaba Lucía era producto de una simple mentira urdida por ella.
Un mes después del milagro del sol –visto por 50.000 personas-, comenzó la investigación canónica sobre si lo ocurrido era compatible con la doctrina católica. En paralelo, los niños comenzaron a ser amparados y protegidos por la Iglesia. Así, la vocación de Lucía a la vida religiosa pasó por varios estadios. Postuló como Dorotea, profesando sus votos perpetuos en 1934, sirviendo como tal en Porto, Tui y Pontevedra. No obstante, luego de volver a Portugal, profesó nuevos votos como carmelita descalza, en 1949.
Tres veces salió Sor Lucía de clausura, para visitar Fátima y entrevistarse allí con dos papas santos, Pablo VI y Juan Pablo II. El resto de sus días los vivió en Coimbra, en el Carmelo de Santa Teresa, hasta que otro día 13, en febrero de 2005, regresó al lado de Francisco y de Jacinta, en el cielo. En la tierra, los cuerpos de los tres yacen en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima.
El 14 de febrero de 2008 se anunció la causa de beatificación, siendo declarada venerable por el papa Francisco el 22 de junio de 2023.
A diferencia de Lourdes, con Santa Bernadette; o de Casale di Carinola, con la pequeña Antonietta Fava; en Fátima la Virgen se quiso aparecer a tres niños, en vez de a uno sólo. Al contemplar sus vidas, se hace palpable que cada uno de los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta, contaban con dones distintos, que para nosotros pueden convertirse en verdaderos caminos hacia María.
Francisco Marto era primo de Lucía y hermano de Jacinta. De los tres, era el más tranquilo y el mediano en edad. Había nacido en Aljustrel el 11 de junio de 1908, siendo bautizado con el nombre de Francisco de Jesús. Durante las visitas de la Virgen a Fátima, él fue el único que nunca alcanzó a oír su voz. Además, al preguntar a María si Francisco iría al cielo, la Virgen contestó que, para ganarlo, tendría que rezar muchos rosarios.
Estas diferencias con respecto a su hermana y a su prima moldearon su comportamiento a partir de entonces. Empezó a pasar mucho tiempo en solitario, cambiando los juegos infantiles por el rezo del rosario. Se condolía especialmente por la tristeza de Jesús a causa de los pecados del mundo. De ahí que siempre tratase de consolarlo y de acompañarlo, visitando con frecuencia el sagrario, dando muestras de su profundo amor a la eucaristía, que él con cariño llamaba “Jesús escondido”.
La Virgen predijo su muerte prematura, lo que se cumplió el 4 de abril de 1919, a causa de la gripe española. Encamado, sin fuerzas para rezar él mismo, le pedía a Lucía y a Jacinta que rezasen el rosario junto a él; también pidió que el cura le llevase la primera comunión. Al hacerlo se sintió inmensamente feliz de tener a “Jesús escondido” dentro de su pecho. Esta alegría lo acompañó hasta el final, pues murió dulcemente, sonriendo. El día anterior se despidió de Lucía, diciéndole: “Adiós, hasta el cielo”.
Francisco fue beatificado el 13 de mayo del año 2000, por San Juan Pablo II y canonizado el 13 de mayo de 2017, en el centenario de las apariciones de Fátima, por el papa Francisco. Su fiesta se celebra cada 4 de abril. Es, junto a su hermana, el santo más joven sin haber sido mártir.
De entre los tres pastorcillos de Fátima, Jacinta era la más pequeña: había nacido en Aljustrel, el 5 de marzo de 1910, por lo que la primera vez que vio a la Virgen contaba con tan sólo 7 años de edad. Era también la más cariñosa de los tres, además de la más impresionable, debido a su corta edad. De hecho, en ella causó gran impresión la visión de las almas caídas en pena, consumiéndose en medio de un océano de fuego.
Su empatía por este dolor de los penitentes, llevó a Jacinta a practicar pequeñas mortificaciones corporales, que siempre ofrecía por la conversión de los pecadores y para reparación del Inmaculado Corazón de María. Todos aquellos contratiempos o disgustos que le sobrevenían, los afrontaba del mismo modo. De hecho, la oración de Fátima, que la Virgen pidió a los pastorcillos rezar al término de cada misterio del rosario, incide en esta mirada de misericordia hacia las almas perdidas: “¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno; lleva todas las almas al Cielo, especialmente las más necesitadas!”.
Jacinta experimentó varias visiones individuales, algunas relacionadas sobre la persecución a la Iglesia y al Santo Padre, otras sobre su propio destino. Al igual que a su hermano Francisco, la Virgen también predijo la muerte prematura de Jacinta. Enfermó a la par que él de gripe española. Fue atendida primero en el hospital de Vila Nova, del cual volvió llagada. Más adelante fue internada en Lisboa, padeciendo allí terribles dolores físicos, así como una gran tristeza y soledad, que invariablemente ofrecía por la conversión de los pecadores.
Tres días antes de morir, volvió a ver a la Virgen, quitándole los dolores y anunciándole el día y la hora de su muerte. Así llegó el 20 de febrero de 1920 y, sabiendo que había llegado la hora del cielo, pidió los últimos sacramentos. Sin embargo, ante su plácido aspecto y el hecho de que los médicos diesen por exitosa la operación de la niña, diez días antes, el sacerdote la confesó, pero no consideró urgente el Viático. Esa misma noche, con apenas diez años, Jacinta abandonó este mundo, sin miedo, de la mano de María.
Fue beatificada el 13 de mayo del año 2000, por San Juan Pablo II y canonizada el 13 de mayo de 2017, en el centenario de las apariciones de Fátima, por el papa Francisco. Su fiesta se celebra cada 20 de febrero. Es la santa más joven sin haber muerto mártir.
Durante 21 años, entre 1925 y 1946, Sor Lucía residió en Galicia. A medida que las apariciones de Fátima llegaron a más y más gente, el Obispo de Leiría consideró adecuado protegerla, alejándola de las interminables preguntas de aquellos peregrinos y curiosos que tanto la buscaban. Así, a los 14 años, postuló como Dorotea, en O Porto, desde donde pasaría algo después a la provincia de Pontevedra, instalándose aquí el 25 de octubre de 1925.
Fue en Galicia donde profesó sus primeros votos, el 3 de octubre de 1928; así como los perpetuos, el 3 de octubre de 1934, recibiendo el nombre de Hermana María de los Dolores. También aquí recibió la noticia de la aprobación, por parte de la Iglesia Católica, de las apariciones de Fátima como dignas de fe, el 13 de octubre de 1930, 13 años después del milagro del sol.
También en Galicia escribió gran parte de sus memorias, a escondidas, no en su celda, sino oculta en el desván. La primera memoria la redactó en 1935, terminándola en diciembre de dicho año, a petición del Obispo de Leiría, al descubrirse el cuerpo incorrupto de su prima Jacinta. Le siguió una segunda memoria, que Sor Lucía concluyó en noviembre de 1937…; una tercera, acabada en agosto de 1941…; así como una cuarta, entregada el 8 de diciembre de igual año y centrada en los recuerdos acerca de su primo Francisco.
La mayor parte de su estadía en Galicia transitó entre Tui y Pontevedra, donde ocurrieron las visiones que profundizan y completan el mensaje de Fátima; mas no fueron sus únicos hogares aquí. Con la declaración de la República, Sor Lucía buscó refugio en Rianxo, en la casa de Cándida Refojo, hermana de la superiora de Tui; adónde llegó vestida de paisana a fin de evitar los ataques entonces cometidos contra las religiosas. Allí tuvo otras visiones, algunos dicen que en el oratorio de los Refojo, otros que en la Capilla de Guadalupe: en agosto de 1931, Jesús le pidió que rezase con estas palabras, “Dulce Corazón de María, sed la salvación de Rusia, de España y de Portugal, de Europa y del mundo entero”. Lucía, ora meditaba ensimismada, mirando al infinito; ora se bañaba en la ría de Arousa, vistiendo una túnica blanca; ora plantaba florecillas en el jardín de la casa, como unas dalias que sobrevivieron allí muchos años. Incluso asistió, en 1932, a un mitin ofrecido por Castelao en el Campo de Abaixo, defendiendo el futuro estatuto de autonomía.
Debido a su precaria salud, pasó un mes en la isla de la Toja, donde las mareas vivas inundaron la casa y se vio obligada a achicar agua durante la noche. Allí, interesados por ver a Sor Lucía, le preguntaron si la vidente de Fátima se hallaba entre las Doroteas de Tui, a lo que contestó que, de ser así, su aspecto no sería muy distinto al de ella misma.
Lucía también visitó Compostela con motivo del Año Santo de 1945, hospedándose con las Doroteas en su casa de la Rúa do Vilar, ganando el jubileo y cumpliendo con el popular gesto de abrazar al Apóstol Santiago. Dijo encontrarse muy a gusto en esta Catedral, pues en lo alto del campanario se sentía más cerca del cielo.
Poco antes de abandonar Galicia, conoció en Tui a San José María Escrivá de Balaguer, en febrero de 1945. En aquel momento, el fundador del Opus Dei no contaba con permisos suficientes como para implantar en Portugal esta sociedad, a propósito de fomentar la conciencia de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. Fue Sor Lucía quien, tras conocerlo, agilizó los trámites.
Del paso de Sor Lucía por Galicia, Pontevedra es tal vez donde más vivo permanece su recuerdo. La casa donde habitó, en el antiguo colegio de las Doroteas, varias veces ha estado cerca de la ruina, pero siempre han surgido iniciativas para mantenerlo en pie, primero a través del Apostolado Mundial de Fátima, luego gracias a la Conferencia Episcopal Española, y a la generosidad de muchas donaciones particulares.
La celda de Sor Lucía lleva medio siglo abierta al público, como espacio para la oración. Y aunque sus paredes ya no permanecen en pie, por el grave deterioro de las mismas, sí que se conserva la viga original sobre su techo, milagrosamente libre de las termitas que devoraron el resto del maderamen. La nueva capilla deja a la vista la estructura de madera del antiguo desván, donde Sor Lucía redactó a escondidas gran parte de sus memorias. También en esta casa se conservan la mesa de altar y la arquería de madera de la capilla de Doroteas de Tui que sirvieron de marco para la visión del 13 de junio de 1929.
En este inmueble se venera, igualmente, la talla del Inmaculado Corazón de María realizada por el escultor santiagués José Rivas, tras múltiples bocetos rechazados por Sor Lucía hasta que en el último de ellos reconoció el rostro de Nuestra Señora, tal y como ella lo recordaba.
En la tapia del patio, no menos importante, por ser donde Lucía se cruzó varias veces con el Niño Jesús, existe una pequeña talla que el Apostolado Mundial de Fátima en Chicago encargó en memoria del presidente John Fitzgerald Kennedy, gran devoto de la Virgen. En la aureola se puede leer, en inglés, “El corazón del mundo”.
En la cercana Basílica de Santa María la Mayor, adónde Sor Lucía envió al Niño Jesús a rezar, está el lienzo que la propia vidente consideraba más fidedigno a su visión. Junto con la Virgen de Fátima, este cuadro se halla cerca de los confesionarios y de una mesa-camilla que la comunidad parroquial conoce como la “isla de la misericordia”, un espacio reservado para el perdón y la reconciliación, tan ligados al mensaje de Fátima y al de Pontevedra. En la rectoral de esta parroquia nos recibe otro grupo escultórico, representando la aparición a Sor Lucía.
Pidió ella ser admitida en el convento de Santa Clara de esta ciudad. Fue operada de una grave infección en el sanatorio Marescot. Limpió y fregó la iglesia de Lérez después de ser vandalizada durante la República. Dio catequesis entre los niños que acudían a San Bartolomé y al convento de San Francisco. Y en los alrededores, concretamente en la playa de Placeres, mientras rezaba en lo alto de una roca, salvó a un par de niños de perecer ahogados, al percatarse del peligro que corrían sus vidas tras ser arrastrados por una ola.
La Casa del Inmaculado Corazón de María, en Pontevedra, popularmente conocida como Casa de la Virgen, ocupa las paredes de un antiguo palacete urbano construido muy posiblemente a finales del siglo XV, aunque de su trazado original apenas se conserva una puerta de arco conopial, en el muro sur. Hoy cegado, antaño hubo de abrirse a la antigua fachada principal.
Más adelante, entre los siglos XVII y XVIII, los propietarios llevarían a cabo una reforma en profundidad: en esa época se le añadirían los soportales, haciendo que la fachada lateral se tornase la principal. Al respecto, se ha especulado con que estos arcos provendrían de un convento tardogótico, si bien un grabado de la Sociedad Arqueológica, realizado antes de haberse tapiado esta sección del edificio, ofrece un aspecto similar al de otras arquerías toscanas de la ciudad, especialmente similar al atrio asoportalado del Palacio de San Román, en la Plaza del Teucro. Desechada la teoría del convento tardomedieval, cae con ella también la hipótesis de que aquí estuvo enclavada la primitiva sinagoga, afirmación de la que no existe ninguna prueba documental ni arqueológica.
Al contrario, se sabe que éste fue el hogar del Capitán Esteban Rodríguez de Castro, regidor de Pontevedra en 1627 y familiar del Santo Oficio de la Inquisición. Sus descendientes, emparentados con la familia Arias Teixeiro, seguirían viviendo aquí hasta el siglo XIX, aunque al poseer también la Casa de Guimeráns, en Santo Tomé de Piñeiro, prefirieron arrendar la propiedad de Pontevedra a otras familias nobles, alojándose ellos en Marín.
El escudo que adorna la fachada contiene las armas de los Castro, los Ulloa, los Camba, los Pereira, los Ozores y los Sotomayor. Fue mandado colocar por José Benito de Castro Pereira y Ozores, fallecido en 1775, el cual pidió ser enterrado en la Capilla de la Virgen de la O, en la iglesia de San Bartolomé “el viejo”, ubicado donde hoy se yerguen el Teatro Principal y el Liceo Casino. La relación con la Virgen de la O y la familia Castro fue muy importante, pues gozaron del patronazgo de la misma. Las rentas pagadas por este palacete urbano estaban destinadas a sufragar los gastos de la capilla, para tenerla bien adecentada. Y las rogativas de la ciudad a la Virgen, pidiendo lluvia en tiempos de sequía, salían hacia Santa Clara desde este mismo inmueble, donde tendría su camarín y donde la vestían sus camareras.
En otras palabras, la Casa de la Virgen fue Casa de la Virgen mucho antes de que Sor Lucía viviera en ella, luego de que la familia Riestra Calderón la comprase para que aquí instalara su colegio la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea. Entre otras reformas, se añadió entonces la segunda planta, cuya distribución de puertas y ventanas replica la de la primera.
En 1972 fue adquirido por el Apostolado Mundial de Fátima, que gestionó el inmueble hasta ser comprado, en 2023, por la Conferencia Episcopal Española, actual propietaria. Debido a fallas estructurales, ha tenido que ser objeto de una restauración integral, con objeto de salvarla de la ruina.
La historia de la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea está íntimamente ligada a la de su fundadora, Paula Frassinetti. Nació ésta en Génova en el seno de una familia muy creyente. La profunda fe de su hermano José, sacerdote, influyó en la formación de Santa Paula, que pronto sintió un carisma especial hacia el ejercicio de la caridad y de la enseñanza, lo que la movió a crear en 1834, junto a otras seis jóvenes, las “Hijas de Santa Fe”, dedicadas a facilitar la educación de las niñas de familias sin recursos.
Un año más tarde, un sacerdote de Bérgamo, amigo de su hermano, les propuso acoger en su instituto la Pía Obra de Santa Dorotea, pasando a denominarse “Hermanas de Santa Dorotea”. Gracias a su continuo trabajo, cada vez más localidades italianas contarían con casas, que desde Génova y Roma, se extendieron al resto de Europa. Paula Frassinetti fue beatificada en 1930 por el Papa Pío XII y canonizada en 1984 por San Juan Pablo II, celebrándose su fiesta el 11 de junio.
El desembarco de esta congregación en Pontevedra data de 1911, momento en que llegaron aquí procedentes de Portugal, de donde habían sido expulsadas a causa de la revolución de 1910. En esta ciudad quedaron asentadas en el barrio de Santa Clara, sirviendo entonces como residencia para las alumnas de Magisterio. Más adelante, en 1918, las Doroteas se trasladaron a la travesía de Isabel II, cuando a su proyecto se sumó la puesta en marcha de un colegio de educación primaria y secundaria, pasando a ocupar la Casa de la Virgen. El edificio había sido adquirido por la familia Riestra Calderón a propósito de acoger a esta comunidad, luego de realizar una serie de obras de reforma, mejora y ampliación, añadiendo otra planta, además de un volumen anexo situado junto al patio.
Durante las décadas siguientes, el número de alumnas se incrementaría notablemente, hasta que se hizo patente la necesidad de un local más amplio. El traslado de las aulas se verificó en 1957, momento en que el Cardenal Quiroga Palacios inauguró el nuevo centro educativo, situado en la calle Alfonso XIII, donde continúa prestando sus servicios en la actualidad. El internado cerró las puertas en 1972, cuando la comunidad pasó a residir en Villa Paula. Aquel mismo año se cerró, con el Apostolado Mundial de Fátima, la venta del inmueble que poseían en la travesía de Isabel II, calle que terminaría adoptando el nombre de una de sus vecinas más emblemáticas, Sor Lucía.
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